El 5 de diciembre de 2022, vísperas del día de la Constitución, el Gobierno de España comunicó que la ciudad de Sevilla sería sede de la flamante Agencia Espacial Española, en un edificio que desde hace varios años alberga el Centro de Recursos Empresariales CREA, situado en el barrio de San Jerónimo de la capital hispalense. Este artículo no defiende la elección, ni desarrolla los argumentos de Sevilla frente a los de otras candidaturas, sino que trata de responder a una pregunta leída y escuchada desde que saltara la noticia, y que también me planteo, ¿qué tiene que ver Sevilla con el espacio?

De primeras parece tener que ver poco, pero sí que tiene que ver, y mucho, con otra exploración a lo desconocido, con grandes similitudes con la aventura del cosmos. Uno de los tropos más recurrentes en la ciencia ficción son los paralelismos entre la navegación espacial y la marítima, donde el vacío inacabable se transforma en interminables millas de aguas desconocidas. Y Sevilla tiene en ese campo un protagonismo colosal. Pero ya llegaremos a eso. Porque hay más. Mucho más.
Empecemos por el principio. La fundación de Sevilla se conoce a través de leyendas, en las que resulta imposible conocer cuánta verdad encierran. Según la Primera Crónica General de España, mandada escribir por Alfonso X, Hércules, tras fundar Gades, la actual Cádiz, remontó el golfo homónimo y se internó en el lago Ligustino, masa de agua hoy ocupada por Doñana y las marismas del Guadalquivir, hasta encontrar un lugar propicio para el establecimiento de otra urbe: la primitiva Ispal, construida sobre columnas, o palos, que el propio semidiós colocó. La elección no se tomó a la ligera, sino que fue aconsejada por un personaje que se unió a Hércules en el norte de África, según algunas versiones el titán Atlas, y para otras Allas, un astrónomo conocido como El Estrellero.
Este mito fundacional oculta la realidad que supuso el establecimiento de una colonia fenicia en un asentamiento tartésico preexistente, a partir del año 850 a.C. tal como afirma Sevilla Arqueológica. Otros diletantes opinan que la fundación de Sevilla se produjo antes, y que los primeros pueblos llegados del Mediterráneo oriental a nuestras costas no fueron fenicios, sino aqueos, egipcios e incluso asirios. Una teoría que, hasta que no se encuentren pruebas fehacientes que parecen lejanas, no dejará de ser una sugerente y polémica tesis. Al igual que la que afirma que la navegación fuera inventada en el atlántico andaluz, tal como atestiguarían las pinturas de las cuevas de Laja Alta, en Jimena de la Frontera.
Según el relato legendario el lugar donde se fundó Sevilla fue dictado por señales del firmamento. Para los antiguos navegantes, la observación del cielo resultaba fundamental, en un campo en el que religión y ciencia se fusionaban, tal como cuenta José Luis Escacena Castro en Allas el estrellero, o Darwin en las sacristías, una monografía editada por la revista Spal, en la que expone la importancia de la astronomía en las empresas púnicas, que les llevó a establecerse en aquel lugar donde se ponía el sol, tierras de Venus o del Lucero del alba, encarnadas en Astarté, deidad cuyo nombre podría derivar del mismo lexema indoeuropeo origen de la palabra inglesa para estrella, star. La estrella tartésica o gadeiro, símbolo remotísimo y misterioso de Andalucía, consiste en una estrella de ocho puntas, que para muchos representa el culto al dios Sol, y para otros astros observados desde la lejanía, de la misma manera que se ven los distantes soles captados en este mismo año 2022 por el Hubble.
Los griegos transformaron los mapas de navegación basados en las constelaciones en mitos, que contenían reinos, pueblos y geografías encriptadas. Uno de ellos es el enfrentamiento entre Hércules y Gerión, señor de un rebaño de mil bueyes, cuyo robo fue uno de sus trabajos. La Vía Láctea, Can Mayor junto Sirio y Orión, representarían, respectivamente, el desierto africano que Hércules transitó antes de atravesar el Estrecho y las reses de Gerión, el perro bicéfalo Orto que guardaba el rebaño, y el gigante de tres cuerpos que fuera primer rey legendario de Tartessos.
Dejando de lado los mitos y adentrándonos en la Historia, hay que dar un salto a otro tiempo para confirmar la relación de Sevilla con el espacio. En la desconocida y fascinante etapa visigoda, en torno al siglo VII d.C., Spalis se convirtió en uno de los emporios del saber del momento, gracias a una figura cuya reivindicación debería ser perenne: san Isidoro de Sevilla. Recopiló, con más o menos acierto, pero con un mérito indiscutible, los saberes de la época en su magna Etimologías, donde se ocupó de asuntos espaciales, diferenciando entre astrología y astronomía. La cultura medieval debe muchísimo al hispano godo, sin cuya labor muchos conocimientos clásicos se hubieran perdido, no pudiendo protagonizar los monasterios el renacimiento carolingio después, ahorrando a la humanidad una época oscura de incierta duración, al más puro estilo Hari Seldon de la saga Fundación de Isaac Asimov.
Isidoro dedicó las dos terceras partes de uno de los veinte libros que componían las Etimologías a la astronomía y la astrología, incluyendo en la primera la observación del camino del sol y de la luna y de determinadas posiciones de las estrellas, y en el segundo la predicción del futuro a través de las estrellas, la asignación de una parte del alma y del cuerpo a los doce signos del cielo o a ordenar el nacimiento y las costumbres de los hombres según éstos. Despreció esta segunda materia al considerarla producto de la superstición. También escribió De reum natura a petición del cultivado rey Sisebuto, donde se ocupó de los fenómenos celestes, y que se publicó en los siglos venideros junto a la carta de respuesta del monarca, obsesionado con los eclipses de Sol y de Luna.
No hay que andar mucho en el tiempo para encontrar otra huella del estudio del cosmos en la ciudad del Betis. En la no menos culta Isbilya floreció la astronomía, enseñada en la conocida posteriormente como Escuela de magia de Sevilla, donde también se impartieron matemáticas, medicina o alquimia. Famoso entre todos sus maestros fue Abu Muhammad Jabir ibn Aflah, conocido en el mundo latino como Geber, figura envuelta en la leyenda que vivió a comienzos del siglo XII d.C., al que alguno atribuye el perfeccionamiento del álgebra, disciplina cuyo nombre derivaría del suyo, o el diseño y construcción de la Giralda. En el terreno que aquí interesa es autor de De los setenta, en la que corrigió la posición de las esferas de Venus y Mercurio, situándolas por encima de las de la Luna y el Sol, en la que se basaría Copérnico para replantearse el movimiento geocéntrico de los planetas. Asimismo, se le atribuye la invención del torquetum, instrumento de medición astronómica que realizaba mediciones en tres conjuntos de coordenadas: horizontal, ecuatorial y eclíptica; todo un antecedente de un ordenador analógico.
Rendida la ciudad andalusí, es el reino de Castilla y León primero con Fernando III y luego con su hijo, Alfonso X, quien se hacen con el dominio del suelo hispalense. El segundo fue apodado el Sabio por ser mecenas e impulsor de las culturas y de las ciencias: se decía que el propio monarca era un gran astrónomo, hasta el punto que llegó a haber un dicho que decía «mientras Alfonso contemplaba las cosas celestiales perdió las terrenas», refiriéndose a su desgraciado reinado a nivel político. Célebres son las Tablas alfonsíes, donde se actualizaron los conocimientos de Ptolomeo. Aunque parece ser que estas investigaciones tuvieron lugar en los toledanos palacios de Galiana, es seguro que Sevilla fue pieza fundamental, a tenor de la estrecha relación del rey con la ciudad, donde pasó largas temporadas y está enterrado, además de por la tradición astronómica de Spalis e Isbilya, donde a buen seguro encontró algunas de las obras clásicas y de autores judíos y musulmanes que tradujo al latín.
Alfonso el Sabio fracasó en el conocido fecho de allende, y no pudo cumplir la promesa que le hiciera a su padre de controlar el mar Tenebroso u océano Atlántico. Sin embargo, esta empresa fue retomada en el siglo XV por la marina castellana, llamada Orden de Santa María, creada precisamente por Fernando el Santo para rendir Isbilya. Primero fue la conquista de las islas Canarias, para luego lograr las universales empresas del descubrimiento de América y la primera circunnavegación a la Tierra, y otras menos conocidas como el Tornaviaje. Sevilla se convirtió en el epicentro de lo que muchos piensan que es la odisea humana más grande de todos los tiempos, en los que se desarrolló la técnica náutica como nunca antes. Al historiador Marcos Pacheco le gusta decir que Sevilla se convirtió en el Cabo Cañaveral del momento, que custodiaba el Padrón Real, una suerte de mapa del universo de su época.
Se podría contar mucho sobre las invenciones náuticas desarrolladas en Sevilla, útiles luego para la aeronáutica. Pero el tiempo pasó, el Imperio español se desangró entre guerras y bancarrotas y llegaron terribles epidemias, en especial la de peste negra del siglo XVII, que se cebó con Sevilla, que nunca volvería a ser la misma tras su azote. El traslado de la Casa de Indias a Cádiz el siglo siguiente le dio la puntilla al liderazgo marítimo de Sevilla, que sin embargo siguió siendo, hasta la creación de las actuales provincias en 1833, cabeza de un reino en cuyos dominios se puso en marcha en 1753 el Real Instituto y Observatorio de la Armada, en la gaditana ciudad de San Fernando.
La Sevilla industrial e innovadora volvió a brillar en el último tercio del siglo XIX y comienzos del XX, convirtiéndose a partir de 1910 en uno de los principales polos del incipiente sector aeronáutico. Con origen o con destino Sevilla se protagonizaron varias gestas, que se sumaron a actividades fabriles en la que se construían avanzadas aeronaves. No glosaremos aquí las excelencias de la aeronáutica sevillana, que, tras el letargo experimentado a mediados del siglo pasado, tomó un nuevo impulso con la instalación de la factoría de Airbus a comienzos de la actual centuria.
Sí contaremos un capítulo concreto que evidencia los lazos, tan desconocidos, que unen a Sevilla con el espacio. Entre el plantel de ingenieros y aviadores patrios figura el granadino Emilio Herrera Linares que, además de genial científico, fue presidente de la República española en el exilio. Es el padre de la escafandra estratonáutica, un antecedente del traje que usan hoy los astronautas. Dicho invento nunca llegó a emplearse debido al estallido de la Guerra Civil. La funda hermética con la que contaba el traje se probó en la bañera del piso sevillano donde vivía Herrera.
Por seguro habrá muchos ejemplos más sobre aplicaciones hoy usadas en la exploración espacial con sello o predecesores sevillanos, que la verdad desconozco. Lo que sí sé es que, si bien no es el lugar del planeta con mayor peso en la industria aeroespacial, sí es un sitio que a lo largo de la historia ha mirado a horizontes lejanos, soñando con su conquista, lográndola en ocasiones. Quizás todo empezó al contemplar sus habitantes las plateadas aguas del hoy Guadalquivir, que antes de río fue mar, preguntándose hasta dónde los llevaría sus corrientes, como quizás se planteó alguna vez Gustavo Adolfo Bécquer, un escritor de otra galaxia que solía perderse en sus ensoñaciones mientras recorría las riberas fluviales de San Jerónimo, hoy sede de la Agencia Espacial Española.
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