• A la venta Los secretos de Fernán Caballero, mi primera novela

    A la venta Los secretos de Fernán Caballero, mi primera novela

    Aunque siempre me ha atraído el mundo de las letras y de la ficción, no fue hasta septiembre de 2018 cuando decidí escribir mis propias historias. Casi cinco años después, es un placer anunciar que ya se puede adquirir, en formato físico y electrónico, Los secretos de Fernán Caballero, obra que supone mi debut como autor.

    Cubierta de la novela, diseñada por Davinia Morales.

    Es una historia que me resulta muy cercana, que narra la fascinante vida, en forma de autobiografía, de Fernán Caballero, seudónimo de la escritora Cecilia Böhl de Faber y nombre de la calle de Sevilla donde he pasado la mayor parte de mi vida.

    Calle de Fernán Caballero de Sevilla, nombrada en 1877, unos meses después de su muerte, en honor a la autora, que falleció en el número 14 de dicha vía.

    Se cuenta la historia secreta de cómo Cecilia y Gustavo Adolfo Bécquer unen fuerzas para evitar que el conspirador duque de Montpensier cumpla sus perversos planes, en los que se incluye el empleo de fuerzas oscuras para reemplazar a en el trono a su cuñada, Isabel II. Una crónica con la que conocer la convulsa y desconocida segunda mitad del siglo XIX español, repleta de leyendas, antigüedades mágicas e inquietantes secretos.

    Sinopsis de la novela, editada con Caligrama.

    Aunque no tenía planeado que fuera mi primer libro, es un relato que se me cruzó en los albores de 2020 y que, pandemia y confinamiento mediante, acabé en un corto espacio de tiempo. Desde entonces he estado corrigiendo el manuscrito y preparando la edición de la que ya podéis disfrutar.

    Podéis adquirirlo en el siguiente enlace: https://libros.cc/Los-secretos-de-Fernan-Caballero.htm

    También podéis conseguirlo en formato físico en Amazon, plataforma en la que obtengo menores regalías, en el siguiente enlace:

    Asimismo, se puede obtener en formato electrónico en la misma plataforma:

    Si sois de los que preferís las librerías de toda la vida, tengo previsto ir añadiendo la lista de establecimientos donde esté disponible, lista que, de momento, está vacía.

    Y si pensáis que no hay nada mejor que recibir el ejemplar firmado por parte del autor, espero anunciaros muy pronto el acto de presentación, que tendrá lugar en Sevilla durante la próxima primavera.

    Mi participación en Libro Fórum, celebrado en el centro comercial Zona Este

    Ahora me queda un bonito camino por delante, en el que promocionar una novela que espero os guste. Mi primera parada en esta senda fue el pasado fin de semana, del 3 al 5 de marzo, cuando participé en la feria Libro Fórum, en Sevilla Este, donde tuve la ocasión de acercar Los secretos de Fernán Caballero a sus primeros lectores.

    Si os animáis a comprar el libro, ruego, si también os gusta escribir, redactéis una reseña donde dar vuestra opinión, sea muy buena, buena o menos buena. ¡Muchas gracias por vuestro apoyo!

  • La bandera blanca y verde de Andalucía

    La bandera blanca y verde de Andalucía

    Desde siempre me he preguntado por el origen de los símbolos. A pesar de la cacareada caducidad futura de los estado-nación, las banderas que identifican a los territorios continúan siendo los más importantes de todos. Y dado que es preferible comenzar a investigar lo que se tiene más próximo, y con festividades más próximas, os voy a contar la génesis, evolución y significado del estandarte de la tierra en que nací: la Comunidad Autónoma de Andalucía, una de las diecisiete que componen el reino de España.    

    La bandera de Andalucía también es conocida como Arbonaida, palabra que, según Antonio Manuel, proviene de la andalusí “albulaida”, diminutivo de “balad”, que significa mi tierra” o “mi país”

    Dejando a un lado la aparición de Hércules y los leones flanqueados por las columnas, simbología que analizaré en otro post, me centro en los colores de la bandera de Andalucía, dividida en tres bandas de igual tamaño, con la central blanca y las exteriores verdes. Así lo dispuso el Estatuto de Autonomía de 1981, que estipula que es «la tradicional […], tal como fue aprobada en la Asamblea de Ronda de 1918». Sin entrar a analizar desde cuándo existe Andalucía como realidad política, busquemos en el pasado antecedentes de dicho cromatismo en lo andaluz.

    Para ello me he servido de la investigación realizada previamente dentro de mi proyecto Enciclopedia mitológica de Andalucía, con muchos puntos en común con la conferencia organizada por el Centro de Estudios Andaluces, y pronunciada el 30 de noviembre de 2022 por Manuel Ruiz Romero, profesor de la Universidad de Sevilla y de la Universidad Pablo de Olavide, doctor en Historia Contemporánea y uno de los mayores expertos en los avatares del andalucismo. La conferencia tuvo lugar con ocasión de la conmemoración, por primera vez, del Día de la Bandera de Andalucía, el pasado 4 de diciembre. Pueden encontrar en la leyenda de la imagen el enlace de la conferencia, cuyo autor, muy amablemente, me ha dado el permiso para reproducir imágenes y contenido.

    Pueden ver la conferencia en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=-m46e4L8DPY

    Ruiz Romero reivindica que la bandera, aunque fuera reconocida oficialmente en el siglo xx, cuenta con más de mil años de historia, sino más: está comprobado su origen andalusí, pero es que, según unos recientes documentos hallados por el Ayuntamiento de Jerez, parecen existir pruebas de que en la Bética romana ya se usaba el verdiblanco como enseña, asunto que el conferenciante tiene previsto estudiar en profundidad. Sea como fuere, el testimonio escrito más antiguo que existe de esta identidad cromática es el poema en el que se inspiró Blas Infante, cuyo autor es el vecino de Guadix del siglo XI d.C. Abu Asbag iben Arqam, y que dice así: «una verde bandera que se ha hecho de la aurora blanca un cinturón, despliega sobre ti un ala de delicia, que ella te asegure la felicidad al concederte un espíritu triunfante».

    El estandarte de Colls, cobijado hoy día en el Archivo Histórico Provincial de Huesca.

    Existen otros ejemplos del empleo del verdiblanco de esta época, como el estandarte de Colls, arrebatado por los cristianos a los andalusíes en una de tantas refriegas. Otro ejemplo lo encontramos, según un libro de Blas Infante, cuando Ben Yusuf venció a Alfonso VIII en la batalla de Alarcos y colocó, para festejarlo, un pendón verde y blanco en el alminar de la mezquita mayor de Isbilya, la futura Giralda. Un tercer caso sería el escudo del II Conde de Cabra, creado tras su triunfo en 1258 en la batalla de Lucena, acompañando al símbolo de su casa de 22 estandartes andalusíes, la mayoría verdiblancos.

    Escudo del II conde Cabra, donde los pendones rojiblancos hacen referencia al reino nazarí de Granada.

    Muchos han creído ver también un antecedente en el Motín del Pendón Verde, un levantamiento popular acaecido en Sevilla en 1521 en el entorno de la calle Feria. Un hambriento populacho asaltó la iglesia del Ómnium Sanctorum, bajo la protección y patrocinio de los marqueses de La Algaba, robando un pendón de fondo verde con tres medias lunas blancas, que pasearon luego por la ciudad. Una réplica de dicho estandarte aún sigue exponiéndose todos los primeros de noviembre en la torre de dicho templo. Otro eco en la capital hispalense de este color son las múltiples cruces verdes que había colocadas en distintos puntos de la ciudad, habiendo sobrevivido en el nomenclátor en la collación de Feria.

    La réplica del pendón verde, izada en la torre de la iglesia del Ómnium Sanctorum, que contaba con una pasarela que la comunicaba con el palacio de los marqueses de La Algaba.

    El marquesado de La Algaba pertenece a la casa de Medina Sidonia, que fueron señores de buena parte de Andalucía Occidental durante varias centurias, y que también está ligada al verdiblanco en la figura del IX conde de Medina Sidonia, Gaspar Alonso Pérez de Guzmán, de orígenes moriscos y que, en el curso del fallido intento de independencia de Andalucía con respecto a la Monarquía Hispánica en 1641, abanderó la conspiración con una bandera de dichos colores.

    Escudo de La Algaba, con el símbolo de las serpientes de la casa de los Medina Sidonia, que se puede encontrar también en el escudo de Melilla.

    Ahondando en la iconografía de los Medina Sidonia, tienen en la figura del dragón, representado como serpientes de color verde, su simbología, tal como se puede apreciar, precisamente, en el escudo de La Algaba. Y el empleo de este mitológico animal tiene que ver con las leyendas asociadas al fundador de la casa, Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, quien, en su etapa como mercenario en el norte de África a finales del siglo xiii, mató a un terrible dragón a las afueras de Fez. Como prueba de su hazaña, le arrancó la lengua a la bestia y se la mostró de regreso a los caballeros Veinticuatro, reunidos en pleno en el consistorio sevillano.

    Cuadro de Juanete de 16212 que recoge el momento en el que Guzmán el Bueno mata a la sierpe de Fez.

    El verdiblanco, según Manuel Ruiz Romero, también se encuentra en la iconografía cristiana. Así, en el cuadro de la Virgen de los Mareantes, obra de Alejo Fernández de 1531 y expuesto en los Reales Alcázares de Sevilla, se ve cómo una de las embarcaciones luce un pabellón y una carpa de colores verde y blanco. Acerca de este asunto, el teniente de navío Juan Guillén, enfrascado en el estudio de planos para reconstruir la carabela Santa María de cara a la Exposición Iberoamericana de 1929 celebrada en Sevilla, descubrió, en diversos documentos y cuadros, que la bandera usada normalmente por los conquistadores españoles al establecer los gobiernos de Tierra Firme era una de diez bandas verdes y blancas, y que se empleó como emblema del evento, simbolizando a America, junto a los colores España y Portugal.

    Cuadro de la Virgen de los Navegantes, originalmente pintado para presidir la sala de audiencias de la Casa de la Contratación.

    En la Asamblea de Ronda de 1918, los primeros lideres andalucistas aprobaron la bandera blanca y verde. Es importante conocer el contexto, recién terminada la Gran Guerra y sufriendo los azotes de la mal llamada gripe española. La desintegración de imperios como el austrohúngaro o el otomano condujeron a la necesidad de reafirmar la existencia de naciones dentro del ámbito europeo, lo que entroncaba con la doctrina Wilson, que perseguía la pacificación del mundo mediante instituciones como la Sociedad de Naciones.

    La Asamblea de las provincias andaluzas de Ronda, celebrada en 1918, con Blas Infante en el centro.

    Para los asamblearios de Ronda el verde simbolizaba la esperanza y la unión; y el blanco la paz y el diálogo. La justificación histórica era que el estandarte de la dinastía andalusí de los omeyas era verde, y blanco el pendón con el que los almohades concedían el perdón, una suerte de la bandera blanca en el terreno bélico, tan en boga por entonces. Hoy día el pantone con el verde de Andalucía se le llama verde omeya. En un texto de Blas Infante, Las insignias de Andalucía, cuenta que se descartaron colores como el negro, por ser un color de luto, y el rojo, por recordar a la sangre. Otros han querido ver en los colores de la bandera el verde de los campos de trigales y el blanco las casas encaladas, tan típicas de tantos pueblos y ciudades de Andalucía.

    La bandera original de Andalucía que confeccionara Blas Infante, expuesta en el Museo de la Autonomía de Andalucía de Coria del Río.

    Fruto de pesquisas propias, he encontrado la aparición de la verdiblanca unas décadas antes de que fuera izada por primera vez, en la década de los 30 del siglo pasado en municipios como Aracena, Cazalla o Jerez de la Frontera. En un cuadro que cuelga en el Ayuntamiento de Sevilla, que inmortaliza la colocación de la primera piedra del monumento a San Fernando en la Plaza Nueva de Sevilla se puede ver, en la azotea del edificio que cobija la iglesia de San Onofre, una bandera verde y blanca.

    Cuadro de la colocación de la primera piedra del monumento a San Fernando en la futura Plaza Nueva, por entonces llamada San Fernando, en el año 1877.

    Por más que he investigado, no he podido saber por qué esta bandera estaba izada, en unas fechas aún lejanas a los primeros andalucistas. Sí he podida dar una explicación ficticia en mi primera novela, Los secretos de Fernán Caballero, que publicaré en el próximo mes de marzo. Allí se descubrirá que la bandera de Andalucía es más que un paño de finas telas, cuyo origen se remonta mucho más allá de Roma, en un tiempo en el que historia y mitología eran la misma cosa.

    Portada de mi primera novela, donde la bandera de Andalucía y sus propiedades mágicas tienen un gran peso en la trama.
  • Sevilla y el espacio

    El 5 de diciembre de 2022, vísperas del día de la Constitución, el Gobierno de España comunicó que la ciudad de Sevilla sería sede de la flamante Agencia Espacial Española, en un edificio que desde hace varios años alberga el Centro de Recursos Empresariales CREA, situado en el barrio de San Jerónimo de la capital hispalense. Este artículo no defiende la elección, ni desarrolla los argumentos de Sevilla frente a los de otras candidaturas, sino que trata de responder a una pregunta leída y escuchada desde que saltara la noticia, y que también me planteo, ¿qué tiene que ver Sevilla con el espacio?

    De primeras parece tener que ver poco, pero sí que tiene que ver, y mucho, con otra exploración a lo desconocido, con grandes similitudes con la aventura del cosmos. Uno de los tropos más recurrentes en la ciencia ficción son los paralelismos entre la navegación espacial y la marítima, donde el vacío inacabable se transforma en interminables millas de aguas desconocidas. Y Sevilla tiene en ese campo un protagonismo colosal. Pero ya llegaremos a eso. Porque hay más. Mucho más.

    Empecemos por el principio. La fundación de Sevilla se conoce a través de leyendas, en las que resulta imposible conocer cuánta verdad encierran. Según la Primera Crónica General de España, mandada escribir por Alfonso X, Hércules, tras fundar Gades, la actual Cádiz, remontó el golfo homónimo y se internó en el lago Ligustino, masa de agua hoy ocupada por Doñana y las marismas del Guadalquivir, hasta encontrar un lugar propicio para el establecimiento de otra urbe: la primitiva Ispal, construida sobre columnas, o palos, que el propio semidiós colocó. La elección no se tomó a la ligera, sino que fue aconsejada por un personaje que se unió a Hércules en el norte de África, según algunas versiones el titán Atlas, y para otras Allas, un astrónomo conocido como El Estrellero.

    Este mito fundacional oculta la realidad que supuso el establecimiento de una colonia fenicia en un asentamiento tartésico preexistente, a partir del año 850 a.C. tal como afirma Sevilla Arqueológica.  Otros diletantes opinan que la fundación de Sevilla se produjo antes, y que los primeros pueblos llegados del Mediterráneo oriental a nuestras costas no fueron fenicios, sino aqueos, egipcios e incluso asirios. Una teoría que, hasta que no se encuentren pruebas fehacientes que parecen lejanas, no dejará de ser una sugerente y polémica tesis. Al igual que la que afirma que la navegación fuera inventada en el atlántico andaluz, tal como atestiguarían las pinturas de las cuevas de Laja Alta, en Jimena de la Frontera.

    Según el relato legendario el lugar donde se fundó Sevilla fue dictado por señales del firmamento. Para los antiguos navegantes, la observación del cielo resultaba fundamental, en un campo en el que religión y ciencia se fusionaban, tal como cuenta José Luis Escacena Castro en Allas el estrellero, o Darwin en las sacristías, una monografía editada por la revista Spal, en la que expone la importancia de la astronomía en las empresas púnicas, que les llevó a establecerse en aquel lugar donde se ponía el sol, tierras de Venus o del Lucero del alba, encarnadas en Astarté, deidad cuyo nombre podría derivar del mismo lexema indoeuropeo origen de la palabra inglesa para estrella, star. La estrella tartésica o gadeiro, símbolo remotísimo y misterioso de Andalucía, consiste en una estrella de ocho puntas, que para muchos representa el culto al dios Sol, y para otros astros observados desde la lejanía, de la misma manera que se ven los distantes soles captados en este mismo año 2022 por el Hubble.

    Los griegos transformaron los mapas de navegación basados en las constelaciones en mitos, que contenían reinos, pueblos y geografías encriptadas. Uno de ellos es el enfrentamiento entre Hércules y Gerión, señor de un rebaño de mil bueyes, cuyo robo fue uno de sus trabajos. La Vía Láctea, Can Mayor junto Sirio y Orión, representarían, respectivamente, el desierto africano que Hércules transitó antes de atravesar el Estrecho y las reses de Gerión, el perro bicéfalo Orto que guardaba el rebaño, y el gigante de tres cuerpos que fuera primer rey legendario de Tartessos.

    Dejando de lado los mitos y adentrándonos en la Historia, hay que dar un salto a otro tiempo para confirmar la relación de Sevilla con el espacio. En la desconocida y fascinante etapa visigoda, en torno al siglo VII d.C., Spalis se convirtió en uno de los emporios del saber del momento, gracias a una figura cuya reivindicación debería ser perenne: san Isidoro de Sevilla. Recopiló, con más o menos acierto, pero con un mérito indiscutible, los saberes de la época en su magna Etimologías, donde se ocupó de asuntos espaciales, diferenciando entre astrología y astronomía. La cultura medieval debe muchísimo al hispano godo, sin cuya labor muchos conocimientos clásicos se hubieran perdido, no pudiendo protagonizar los monasterios el renacimiento carolingio después, ahorrando a la humanidad una época oscura de incierta duración, al más puro estilo Hari Seldon de la saga Fundación de Isaac Asimov.

    Isidoro dedicó las dos terceras partes de uno de los veinte libros que componían las Etimologías a la astronomía y la astrología, incluyendo en la primera la observación del camino del sol y de la luna y de determinadas posiciones de las estrellas, y en el segundo la predicción del futuro a través de las estrellas, la asignación de una parte del alma y del cuerpo a los doce signos del cielo o a ordenar el nacimiento y las costumbres de los hombres según éstos. Despreció esta segunda materia al considerarla producto de la superstición. También escribió De reum natura a petición del cultivado rey Sisebuto, donde se ocupó de los fenómenos celestes, y que se publicó en los siglos venideros junto a la carta de respuesta del monarca, obsesionado con los eclipses de Sol y de Luna.

    No hay que andar mucho en el tiempo para encontrar otra huella del estudio del cosmos en la ciudad del Betis. En la no menos culta Isbilya floreció la astronomía, enseñada en la conocida posteriormente como Escuela de magia de Sevilla, donde también se impartieron matemáticas, medicina o alquimia. Famoso entre todos sus maestros fue Abu Muhammad Jabir ibn Aflah, conocido en el mundo latino como Geber, figura envuelta en la leyenda que vivió a comienzos del siglo XII d.C., al que alguno atribuye el perfeccionamiento del álgebra, disciplina cuyo nombre derivaría del suyo, o el diseño y construcción de la Giralda. En el terreno que aquí interesa es autor de De los setenta, en la que corrigió la posición de las esferas de Venus y Mercurio, situándolas por encima de las de la Luna y el Sol, en la que se basaría Copérnico para replantearse el movimiento geocéntrico de los planetas. Asimismo, se le atribuye la invención del torquetum, instrumento de medición astronómica que realizaba mediciones en tres conjuntos de coordenadas: horizontal, ecuatorial y eclíptica; todo un antecedente de un ordenador analógico.

    Rendida la ciudad andalusí, es el reino de Castilla y León primero con Fernando III y luego con su hijo, Alfonso X, quien se hacen con el dominio del suelo hispalense.  El segundo fue apodado el Sabio por ser mecenas e impulsor de las culturas y de las ciencias: se decía que el propio monarca era un gran astrónomo, hasta el punto que llegó a haber un dicho que decía «mientras Alfonso contemplaba las cosas celestiales perdió las terrenas», refiriéndose a su desgraciado reinado a nivel político. Célebres son las Tablas alfonsíes, donde se actualizaron los conocimientos de Ptolomeo. Aunque parece ser que estas investigaciones tuvieron lugar en los toledanos palacios de Galiana, es seguro que Sevilla fue pieza fundamental, a tenor de la estrecha relación del rey con la ciudad, donde pasó largas temporadas y está enterrado, además de por la tradición astronómica de Spalis e Isbilya, donde a buen seguro encontró algunas de las obras clásicas y de autores judíos y musulmanes que tradujo al latín.

    Alfonso el Sabio fracasó en el conocido fecho de allende, y no pudo cumplir la promesa que le hiciera a su padre de controlar el mar Tenebroso u océano Atlántico. Sin embargo, esta empresa fue retomada en el siglo XV por la marina castellana, llamada Orden de Santa María, creada precisamente por Fernando el Santo para rendir Isbilya. Primero fue la conquista de las islas Canarias, para luego lograr las universales empresas del descubrimiento de América y la primera circunnavegación a la Tierra, y otras menos conocidas como el Tornaviaje. Sevilla se convirtió en el epicentro de lo que muchos piensan que es la odisea humana más grande de todos los tiempos, en los que se desarrolló la técnica náutica como nunca antes. Al historiador Marcos Pacheco le gusta decir que Sevilla se convirtió en el Cabo Cañaveral del momento, que custodiaba el Padrón Real, una suerte de mapa del universo de su época.

    Se podría contar mucho sobre las invenciones náuticas desarrolladas en Sevilla, útiles luego para la aeronáutica. Pero el tiempo pasó, el Imperio español se desangró entre guerras y bancarrotas y llegaron terribles epidemias, en especial la de peste negra del siglo XVII, que se cebó con Sevilla, que nunca volvería a ser la misma tras su azote. El traslado de la Casa de Indias a Cádiz el siglo siguiente le dio la puntilla al liderazgo marítimo de Sevilla, que sin embargo siguió siendo, hasta la creación de las actuales provincias en 1833, cabeza de un reino en cuyos dominios se puso en marcha en 1753 el Real Instituto y Observatorio de la Armada, en la gaditana ciudad de San Fernando.

    La Sevilla industrial e innovadora volvió a brillar en el último tercio del siglo XIX y comienzos del XX, convirtiéndose a partir de 1910 en uno de los principales polos del incipiente sector aeronáutico. Con origen o con destino Sevilla se protagonizaron varias gestas, que se sumaron a actividades fabriles en la que se construían avanzadas aeronaves. No glosaremos aquí las excelencias de la aeronáutica sevillana, que, tras el letargo experimentado a mediados del siglo pasado, tomó un nuevo impulso con la instalación de la factoría de Airbus a comienzos de la actual centuria.

    Sí contaremos un capítulo concreto que evidencia los lazos, tan desconocidos, que unen a Sevilla con el espacio. Entre el plantel de ingenieros y aviadores patrios figura el granadino Emilio Herrera Linares que, además de genial científico, fue presidente de la República española en el exilio. Es el padre de la escafandra estratonáutica, un antecedente del traje que usan hoy los astronautas. Dicho invento nunca llegó a emplearse debido al estallido de la Guerra Civil. La funda hermética con la que contaba el traje se probó en la bañera del piso sevillano donde vivía Herrera.

    Por seguro habrá muchos ejemplos más sobre aplicaciones hoy usadas en la exploración espacial con sello o predecesores sevillanos, que la verdad desconozco. Lo que sí sé es que, si bien no es el lugar del planeta con mayor peso en la industria aeroespacial, sí es un sitio que a lo largo de la historia ha mirado a horizontes lejanos, soñando con su conquista, lográndola en ocasiones. Quizás todo empezó al contemplar sus habitantes las plateadas aguas del hoy Guadalquivir, que antes de río fue mar, preguntándose hasta dónde los llevaría sus corrientes, como quizás se planteó alguna vez Gustavo Adolfo Bécquer, un escritor de otra galaxia que solía perderse en sus ensoñaciones mientras recorría las riberas fluviales de San Jerónimo, hoy sede de la Agencia Espacial Española.       

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